lunes, 5 de mayo de 2014

La pieza del puzzle



Hay veces que sin saberlo encontramos a personas que nos hacen llegar a otras. Porque de un modo u otro tenían que estar en nuestra vida. 
Sin saber como ni por qué, acabamos conociendo a gente de una forma inesperada. Pero así funciona esto... Hay personas que están siempre en nuestro camino. Unas que solo están de paso. Y otras que aunque se unan tarde... Pueden hacer que todo tenga más sentido que nunca. 

No sé vosotros, mis queridos Nómadas, pero yo he tenido y tengo de todo. Personas que están en mi vida desde que tengo uso de razón y que siempre estarán ahí, pase el tiempo que pase o por muchos meses que no nos veamos, siempre es como si no hubiera pasado un día desde la última vez. 
Otras en cambio, que durante un tiempo están en todo momento y que de repente sin más, desaparecen tan rápido como aparecieron. 
Otras que nos encontramos en el lugar menos pensado y que son como de la familia.
También hay personas que desde el minuto uno de conocerlas, con solo una mirada no hace falta ni decir nada... Porque hay una conexión inmediata. 
Y esas personas, que dan paso a otras, y hacen que la vida sea un poco más mágica. 

Y de eso queridos amig@s, trata la historia que os dejo hoy. Para que os haga soñar despiertos y volar vuestra imaginación sin necesidad de levantar los pies del suelo.

Por las historias reales, las relaciones entrañables, y los finales que dan paso a nuevos y especiales principios.

Buenas noches y feliz semana! Let´s dream...


LA PIEZA DEL PUZZLE

Los grandes ventanales del café dejaban entrar los rayos de sol a cualquier hora del día. 
Era un lugar precioso, de esos con mucho encanto, acogedor. Cuando Sofía iba allí el tiempo se le pasaba sin darse cuenta.
Ella solía ir a la hora del almuerzo. Trabajaba en una tienda de libros pequeñita que estaba muy cerca y le gustaba ir allí porque le parecía un lugar mágico.


Tenía una bonita terraza que daba al mercado de la iglesia y dentro, desde la primera planta se podía ver un maravilloso jardín interior.
La música y el ambiente siempre cálidos. Y aunque era raro coincidir con la misma gente, hacía un tiempo que siempre veía a un hombrecito y el cual le había despertado su curiosidad.
Siempre seguía el mismo ritual: tomaba un café latte con algo de comer, acompañado por un libro, muchos pensamientos y su mirada azul oscura, casi siempre perdida.

Solía sentarse en la mesa del rincón pegada al ventanal, en uno de los sillones. Siempre iba solo. Ella nunca le había dicho nada, pero siempre se sentaba cerca de él. Le recordaba a su abuelo, del cual había aprendido tanto y al que echaba de menos todos los días…

Aquella semana el hombrecito no apareció y Sofía se puso en lo peor. Se arrepintió de no haberse acercado a él nunca para charlar un rato y saber un poco más de él. Una sensación de tristeza y vacío la inundaron de repente.

Cuando llegó la semana siguiente y se acercó a comer al café, no pudo sentirse más feliz! El
hombrecito estaba en su sitio de siempre. Sin pensarlo, se dirigió hacia donde él estaba preguntando si podía sentarse.

El hombrecito, que se llamaba Álvaro, sonrió e hizo un gesto con su mano para que Sofía se sentara. 

- Pensaba que le había pasado algo, como no vino ningún día la semana pasada…- dijo Sofía, como si ya hubieran hablado miles de veces.

- Vaya… Veo que no se le escapa detalle.- tomó aire, la miró y continuó hablando- Fui a pasar la semana con mi hijo, a la casa de la playa. Pero sabe qué? Pensé en usted jovencita. Se parece tanto a ella…

Alvaro dejo las palabras como colgando de un hilo… Y su mirada volvió a perderse en algún lugar lejos de allí.
Sofía no decía nada. Lo miraba y escuchaba fascinada. Era extraña esa sensación de comodidad y tranquilidad con alguien con quien no había hablado nunca. 

- Pues también me recuerda a alguien. Y de hecho creo que por eso me siento tan tranquila hablando con usted. Como si no fuese la primera vez que nos sentamos a hablar.- Dijo Sofía por fin.

- Ultimamente se me va un poco la cabeza. Tengo lagunas o algo así… Los recuerdos vienen y van. Pero usted hace que me acuerde de cosas.- Respondió Álvaro con la mirada todavía en otro sitio.

-Creo que es lo mas bonito que me han dicho nunca…- dijo Sofía con las mejillas rojas. 

Alvaro la miró con cara de asombro. No podía creer que a aquella chica con ese encanto tan especial no le dijesen cosas bonitas. 

-Sabe qué es lo que yo creo? Que todos tenemos un puzzle por completar en nuestra vida, y que si no nos hubiéramos encontrado, el mío habría quedado incompleto - continuó Sofía llena de ilusión -

Y así empezaron a verse todos los días en el café. La joven y el hombrecito crearon un vínculo muy especial, que poco a poco crecía más y más. 

Álvaro le contaba lo enamorado que estuvo de su mujer. Lo única y maravillosa que era. Lo mal que lo pasó cuando la perdió... Sofía se sinceraba con él diciéndole lo perdida que se sentía y la mala suerte que tenía en el amor… 
Pasaba el tiempo y sus cafés y confesiones se habían convertido en uno de los momentos más esperados del día. La extraña pareja se sentía muy feliz de haberse encontrado en el camino y siempre daban gracias por haber tenido tanta suerte.

Aquella mañana Sofía se sentía rara y no sabía por qué. Fue medio corriendo al café, como ansiosa. Cuando llegó allí había una chica en el sillón que siempre ocupaba Álvaro.

Sofía se quedó paralizada y recorrió todo el lugar con la mirada esperando encontrarlo. La chica entonces se acercó a ella. 

- Sofía? - dijo con la voz temblorosa. 

- Si, soy yo. Qué pasa? Dónde está Álvaro? - preguntó ella con un huevo en la garganta, casi tragándose sus lágrimas. 

La otra chica la abrazó sin decir nada y llorando sin parar. Dos personas desconocidas, pero con tanto en común y tan unidas en ese momento.

Salieron de allí después de pasar mucho rato hablando. Lucía le contó que su abuelo, Álvaro, había fallecido aquel fin de semana. Que llevaba mucho tiempo hablándole de ella. De lo especial que era, de la magia que tenía, de su halo brillante que hacía que todo fuese diferente. De lo mucho que le recordaba a su abuela...

Le había dejado una colección de libros con mucho valor para él, porque sabía que ella la sabría cuidar y darle buen uso. 

- Tenía muchas ganas de conocerte. Sentía mucha curiosidad por saber quién era la persona que estaba manteniendo vivo a mi abuelo. Y la verdad, no me sorprende.
Gracias por haber hecho que su última etapa del camino haya sido tan emocionante para él - dijo Lucía.

- Soy yo la que tiene que agradecer… Tu abuelo era un hombre maravilloso y ha hecho que cada día para mí tenga sentido.- respondió Sofía con un nudo en la garganta.

Las chicas intercambiaron sus números y empezaron a quedar cada día. Seguían quedando en el café donde Álvaro y Sofía se conocieron. A veces, creían poder escuchar su risa tras las paredes del lugar. Y es que aquel sitio, era realmente mágico. Sofía empezó a pesar que tenía la virtud de poder guardar la esencia de cada persona… y que por eso se sentía tanta paz allí.

Hablaban de Álvaro, de la vitalidad que puso para todo hasta el final. Lucía le contaba lo bonita que fue su infancia a su lado. Sofía le confesaba secretos que él le había dicho solo a ella… Coincidían en la suerte que tenían de haberse encontrado, a pesar de haber perdido al abuelo Álvaro. De lo caprichosa que es la vida y de los regalos que va dejando en el camino de cada uno en forma de personas... Y así, creció una amistad con uno de esos hilos conectores que son irrompibles. 

Viajes, libros compartidos, fiestas, largos cafés, tardes en museos, paseos sin fin… Ahora más que nunca, sabían que todo pasa por algo. Y que si en aquel momento, Sofía y el abuelo Álvaro se encontraron, dándole un sentido diferente a todo, ahora todo tenía más sentido que nunca.

En silencio, cada noche, Sofía miraba a las estrellas, porque sabía que su querido Álvaro estaba allí. Y le daba las gracias por haberle regalado esa maravillosa amistad, tan real y tan auténtica.

Esa pieza del puzzle de su vida que tanto necesitaba para sentirse completa. 


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