viernes, 30 de mayo de 2014

Viento del Este



Hay veces que estamos con personas que hacen que los sentimientos y los deseos broten desde muy adentro. Tanto, que nos hacen sentir cosas que jamás antes habíamos sentido y que nos hacen perder la cabeza. 

Dejamos de pensar en nosotros mismos y pasamos a pensar más en esa persona, haciendo hasta que lleguemos a confundir amor con obsesión, adicción, dependencia... Y que realmente no sea para tanto... Pero hay vendas que no nos dejan ver más allá de nuestros ojos.

Hasta puede ser, mis queridos Nómadas, que demos importancia a cosas que realmente no la tienen, y que son las que no nos dejan ver las verdaderas cualidades de alguien. 

Puede que en muchas ocasiones pensemos que tenemos el control de la situación pero que, en realidad, no sea así... Somos humanos, es imposible no equivocarse y tropezar con la misma piedra una vez o las que sean necesarias. Lo que importa de verdad es hacer lo que nos haga realmente felices en cada momento de nuestra vida, y lo que salga mal nos sirva de experiencia para futuras vivencias.

Hasta ahora, la vida me ha enseñado que de todo y todos se aprende. Por muy malas que sean las experiencias que vivamos siempre podemos sacar algo bueno de todo. 

Y que todo, todo, todo pasa por algo... 

Así que mis querid@s amig@s, nunca sintáis que no habéis hecho algo bien, porque después de las cosas malas, pueden venir cosas muyyyy buenas! 

Nunca dejéis de soñar... 

Feliz noche y que paséis un gran fin de semana!! 



VIENTO DEL ESTE

El viento del este siempre me traía su olor mezclado con el de mis queridas palmeras.
Aún recuerdo el aroma de su cuerpo con el mío. He olido pocas cosas así… Tan auténticas.

Todo fue rápido, o quizá lento… No me acuerdo.
Lo que no podría olvidar era su piel a la luz del fuego, que soltaba chispas al tenerla tan cerca.
La brisa, muy traviesa, se colaba por las rendijas de la vieja ventana, porque quería rozarla… Aunque solo fuese durante un instante. 

Aquellos meses de amor de verano en invierno fueron inolvidables. La vieja casa de la playa se transformaba en un palacio con ella dentro. Su cintura moviéndose de un lado a otro, con ese contoneo que me hacía perder el control…

Al principio creo que era yo quien le hacía perder el control a ella.

Me encantaba ver cómo me insinuaba que la desnudase. Pero yo esperaba, hasta que se desesperaba y empezaba a hacerlo… La deseaba aún más cuando lo hacía despacio, mientras se acariciaba. Entonces me abalanzaba sobre ella y todo se incendiaba desde dentro.

La casa con olor a pino, a palmeras, a sal con arena mojada, a invierno y a sexo. Pero sexo de verdad. De ese que te dan calambres por todo el cuerpo y hasta pierdes la vista por unos momentos. 
De ese que aunque quieras no puedes parar y por mucho tiempo que pase sabes que es el mejor que has tenido nunca. De ese que conforme terminas estás deseando que vuelva a pasar. Se convirtió en mi adicción… 

Por las mañanas salíamos fuera enrollados en una manta, enroscando nuestros cuerpos. Respirandonos fuerte, sintiendo el viento del este susurrando sobre nosotros…
Y ahí la tenía, eclipsando cualquiera de los amaneceres que se puso frente a nosotros en aquellas mañanas frías pero, a la vez, llenas de calor.

Nos fundiamos el uno en el otro acariciándonos, sintiendo cada parte de nuestro cuerpo como nunca antes lo habíamos hecho… Disfrutábamos, gozábamos, nos dejábamos llevar por la pasión del momento y cualquier ocasión era buena para dar rienda suelta a nuestra imaginación y a nuestros deseos.

Pero llegó el verano y cruelmente nos trajo el frío. Ella se fue, dejándome sin rumbo. Pero se fue a medias, pues realmente estaba en todas partes. Me despertaba sudando en medio de la noche, con el sonido de las olas, pensando que ella estaría ahí… Sentía sus besos, sus caricias, su boca recorriendo mi cuerpo... 

Pero no. Estaba solo. Y mi adicción peor que nunca, me quemaba por dentro. Ya no había faro, ni había puerto.

Inevitablemente el viento del este seguía soplando, entre aromas y recuerdos de dobles rombos. Persiguiendo mi deseo. Anhelando aquel invierno...




viernes, 23 de mayo de 2014

El olor del melocotón en invierno



Hay veces que me pongo a escribir y tengo la idea de lo que voy a escribir muy clara. 

Otras en cambio, puedo empezar una historia o una poesía y no saber como voy a enfocarla. Solo sigo escribiendo según me van viniendo a la cabeza diferentes formas de continuar...

Esta semana empecé un relato que más o menos sabía por dónde quería llevarlo.

Por falta de tiempo durante la semana, no he podido terminarlo hasta hoy, que me he puesto y hasta que no lo he acabado no he parado... Hasta se me ha olvidado comer... jajajaja!
Bueno, pues al final, se ha desarrollado de una forma distinta a la que yo pensaba! 

Hay veces, mis queridos Nómadas, que son las propias historias y sus personajes los que mi sorprenden a mí. Son ellos los que me van guiando a la vez que escribo y yo me dejo llevar por ellos.

Como siempre digo, la imaginación es muyyy grande! Mucho más de lo que nosotros mismos creemos!

Hoy, tengo poco más que decir.
Solo que entréis, os pongáis cómodos y leáis disfrutando del aroma que hay en cada letra...

También me gustaría daros las gracias a todos por estar ahí, leyendo al otro lado.  
Cada día somos más Nómadas en la Noche en todo el mundo y yo no puedo estar más contenta! 

Os deseo una feliz noche de viernes y un bonito fin de semana a tod@s!!

Y como siempre... Let´s Dream ;))


EL OLOR DEL MELOCOTÓN EN INVIERNO

Cuando Altea abrió la tienda aquella mañana de octubre, no sabía lo importante que se convertiría ese día para ella. 
Tenía una de esas tiendas encantadoras en las que había un poco de todo. Libros, accesorios, pequeños detalles decorativos y siempre algo de beber y de comer hecho por ella. 
Le encantaba cocinar.

Montó la tienda con su amiga Marcia. Era brasileña y se habían conocido en Londres. Vivió allí tres años, en los que disfrutó de una experiencia única e inolvidable. 
Altea le propuso a Marcia trasladarse a Madrid. Ella tenía un pequeño local cerca de la plaza de Santa Ana de una herencia familiar. Después de hablarlo y barajar diferentes posibilidades, decidieron probar suerte. 

Las dos estaban de acuerdo con la idea y muy contentas e ilusionadas con este nuevo proyecto. 

Se fueron a España un 17 de junio. Se quedaron en casa de una amiga de Marcia que llevaba allí muchos años. Vivía en un bonito ático en Argüelles. No era muy grande, pero más que suficiente para las tres.

Pasaron el mes de julio entre preparativos y nervios. La inauguración fue todo un éxito. Llena de amigos, conocidos, algunos familiares y mucha gente que sentía curiosidad por ver que secretos guardaba “El olor del Melocotón”. 

A Altea le encantaban los melocotones. En casa de su abuela siempre había una cesta llena y toda la casa olía dulce y suave… Lo que más le gustaba era que hasta en invierno permanecía el aroma en la casa, le parecía mágico. Solo tenía buenos recuerdos de aquellos días. 

Así que siguió la tradición, también en parte para tener un poco de su abuela siempre con ella, y en la tienda siempre había una cesta con melocotones.

Las calles vestían en tonos verdes y ocres, las hojas de los árboles adornaban los paseos y empezaba a oler a castañas asadas en cada rincón.
Los días eran frescos, pero la ciudad seguía tan bonita como siempre.

Habían pasado un par de meses desde la inauguración. Marcia estaba en Brasil, después de cuatro años sin ir, fue a pasar un mes allí para poder disfrutar de los suyos y del buen tiempo.

Altea abrió la tienda aquella mañana como todas las demás. Cuando entraba, aspiraba siempre fuerte, el dulce olor la transportaba lejos de allí… A su infancia, a los abrazos de su abuela, a tantos juegos y tantas risas...

Escucha Jamie Cullum, le encantaba y le parecía perfecto para aquellos días.
Cuando él entró sonaba “What a difference a day made” aunque Altea no le dio mucha importancia. 
Era alto, de pelo castaño alborotado y sonrisa tímida. Echó un vistazo en la tienda sin decir mucho, casi no hablaba español y se sintió mejor cuando Altea le habló en inglés. 

Davet era de Róterdam, músico, y estaba recorriendo Europa en tren. “Muy de película”, pensó Altea en voz alta, él se quedó mirándola sin entender y ella decidió no dar explicaciones. 

Entonces surgió la diferencia que hace que un día sea diferente. Davet le dijo que le encantaba Cullum, y que se había sorprendido al escucharlo. Altea le dijo que lo descubrió en su estancia en Londres, y así, empezaron a hablar.

Él venía de Sevilla, pasaría tres días en Madrid y después se iría a Barcelona y de allí, a Francia.
Compró un par de cosas y cogió un melocotón… Davet quedó maravillado con la tienda y con Altea. Pero todo quedó en el aire…

Durante el día ella pensó en él… En su encantadora sonrisa tímida, en su eclipsante mirada, en su forma de hablar… Tenía que haberle pedido su e-mail o algo así. 

Pero lo que marca la diferencia entre un día y otro, son las cosas bonitas. Y cuando llegó a la tienda por la tarde para abrir, allí estaba él, apoyado en la pared mirando al cielo.
Sintió miles de corrientes sacudiéndola por dentro, un escalofrío recorrió su cuerpo y, sin darse cuenta, una gran sonrisa le iluminó la cara. 

Quedaron para verse cuando ella terminase. Altea pasó la tarde como en una montaña rusa. Le gustaba tanto aquella sensación… Parecía que tuviera 20 años, en vez de 30… 

Sobre las 20:30 él estaba allí. A ella le encantó quedar como se solía quedar hace muchos años… O no tantos, pero parecía que hacía una eternidad! Sin móviles, ni miles de llamadas y mensajes de whatsapp de por medio. Solo dando hora y lugar. Algo que se había convertido en inusual y a la vez mágico. 

La vida era mucho más sencilla que en lo que la habíamos convertido.

Pasaron toda la noche callejeando, disfrutando de largas conversaciones, de risas, buena comida y brindando por el “aquí y ahora”
Davet se alojaba en un Bed&Breakfast que había por Atocha. Y se despidieron así, despacio… como empezaban a caer las hojas de los árboles en aquellos días.

Y resultó que después de una noche sin poder dormir y viendo estrellas por todas partes, los días diferentes aún no habían terminado. 

Por la mañana, después de dormir poco y soñar mucho, se fue flotando en una nube a la tienda. Y después de estar deseando durante cada minuto hasta la hora de comer que apareciera por allí, la realidad superó todos sus sueños. 


Davet estaba esperándola en la puerta con una mochila en la mano y su guitarra colgando del hombro. Altea se quedó ojiplática. ¿De verdad aquel chico podía ser tan alucinante y haberse cruzado en su camino?

Se fueron al Retiro… Disfrutaron de un fabuloso pic-nic que él había preparado entre música y silencios. Hablaron con la mirada y se expresaron con gestos y caricias disimuladas. 
Esas cosas, esos detalles casi inapreciables, que hacen que cada comienzo sea único y especial.

“Pero todo sueño tiene su final…”, pensó Altea cuando Davet se fue.
Fueron unos días inolvidables, pero él siguió su viaje y ella tenía que quedarse en la ciudad.
Altea no podía creer que algo tan bonito, tan especial, tan suyo, hubiera quedado solo en eso. En un cuento mágico a medio contar. 

Se dieron los e-mail. Él le pidió que lo acompañase. Sintieron una pena eterna por tener que separarse. Se echaban de menos aún estando juntos, sin ni siquiera conocerse. Pero así es la vida y el amor, no deja de sorprender ni un solo día. 

Altea no dejaba de pensar en él. Se preguntaba si sería mutuo y sentía que tenía que serlo. Porque algo tan intenso y tan real no pasa por casualidad. Quería creer en ellos, quería creer que de verdad el destino existe y que sus caminos se habían cruzado por algo más que una simple casualidad. 

Los siguientes días ella lo pasó fatal. No se habían escrito, no sabía nada de él, no podía quitárselo de la cabeza… Marcia había llegado y no daba crédito a todo lo que su amiga le contaba. Pasaron las horas entre emociones a flor de piel, confesiones hasta el amanecer, consejos y especulaciones. 

Después de pensarlo y sin terminar de verlo claro, porque le parecía una auténtica locura, Altea decidió ir a Francia. Sabía que pasaría unos días en Barcelona, después iría a Marsella y, por último, a París. Así que compró un billete de tren a Marsella y, con un poco de suerte, podría encontrarlo allí. 

Él viajaba en tren, por lo tanto así tendrían más posibilidades de verse. A ella también le encantaba viajar en tren. Tan bonito y romántico, en el que podías ver atardeceres mágicos, diferentes lugares, paisajes bajo la lluvia... La hacía volar sin levantarla del suelo.

Cuando llegó a Barcelona tenía que cambiar de tren para ir a Marsella y esperar un par de horas. Se había quedado sin batería y cuando consiguió encender el móvil Marcia la había llamado mil veces.

Habían llegado a su casa un billete de tren para París con una dirección de hotel y una carta de Davet. Altea estaba en shock y llena de felicidad por dentro… No podía creérselo!!

Sabía que él sentía lo mismo que ella, sabía que habían vivido algo especial y, sobre todo, sabía que era mutuo!

Marcia le explicó todo: Davet la citaba para dentro de dos días en un hotel de Montmartre, en la carta le decía que no había dejado de pensar en ella y que por favor quería que se encontrasen en París. 

Altea se fue recomponiendo poco a poco. Cambió el billete de tren, comió algo, intentó relajarse todo lo que pudo y se dispuso a continuar su viaje, ahora sabiendo que ese chico tan especial estaría esperándola en París.

Disfrutó el viaje en tren todo lo que pudo… Dibujando los paisajes que veía a su paso, admirando cada rincón de la Provenza Francesa, observando la estación de cada pueblo que pasaba. No creía que estuviera viviendo algo así.

Ella. Con su mala suerte, con sus amores fallidos, con sus ganas de creer que algo como eso era posible pero cada vez con menos esperanzas… Pero sí. Puede que fueses cierto aquello que escuchó una vez, eso de que todas las personas viven a lo largo de su vida una historia de película. Desde luego, sabía que aquella era la suya. 

Llegó a la Gare du Nord, no podía creer que estaba allí. Montmartre no quedaba muy lejos en metro, tenía la parada en la que tenía que bajar y el nombre del hotel, que estaba justo al lado. Davet no había llegado, pero en el hotel no le pusieron ninguna pega y pudo coger la habitación sin problemas. 

Era tan mágico todo aquello. Un hotel pequeño pero encantador. Donde muchísimos años atrás fue el hogar de miles de artistas y escritores. En las paredes había pinturas al fresco y desde la ventana se veía todo París. 

Pero lo que más le gustó, fue que encima de una mesita redonda de madera pintada de verde con dos sillas a juego a los lados, había una cesta llena de melocotones y una nota en la que ponía: El olor del melocotón en invierno…

Altea se emocionó. No podía dejar de llorar de felicidad.

Allí, en aquella habitación en el barrio de los pintores y artistas de París. Donde tantas historias de amor se habrían escrito. Y donde se reuniría con el chico más especial que había conocido nunca. Y sí, sabía que era una locura. Pero también sabía que era real y auténtico.

Recordaba cuando Davet apareció en la habitación en sombras difuminadas.
El abrazo que se dieron, los besos infinitos, las caricias eternas…
Los días en París inolvidables. Cada rincón de su cuerpo. La pared escondida de los “Te quiero”, y tantos lugares para el recuerdo…

Después de ese, vinieron muchos más viajes en tren. Pero ya siempre juntos, compartiendo esas imágenes de postal que quedaban guardadas tras sus retinas y que almacenaban en cada una de sus escapadas…

Y en ningún lugar del mundo que visitaron faltó nunca una cesta llena de melocotones… 
Ya fuese verano… O invierno.







viernes, 16 de mayo de 2014

Recuerdo el recuerdo...



Hay veces que por mucho que queramos borrar cosas de nuestra memoria es imposible. Porque aunque no queramos recordarlas siempre estarán ahí, porque son experiencias vividas y sean buenas o malas no podemos olvidaras.

Hay gente a la que le es más fácil hacer borrón y cuenta nueva sin importarle nada o sin darle más vueltas a un acontecimiento que haya pasado en sus vidas. 
Muchas personas después de haber vivido momentos inolvidables con otras, las sacan de su vida sin más y empiezan otra vez como si nada.

Sinceramente, mis queridos nómadas, yo pienso que toda persona que pasa por nuestra vida deja algo en nosotros y también se lleva otro algo... Que todo lo vivido es lo que nos va definiendo a lo largo del camino. 
Que aunque seamos de una manera, y eso nunca cambia, son las experiencias (tanto buenas como malas) las que nos van curtiendo y haciendo más fuertes. 

Personalmente, aunque queden en el recuerdo cosas malas, me gusta quedarme con las buenas. Con lo positivo y lo bonito de cada experiencia. Porque esas sensaciones son las que nos van a enriquecer siempre y las que nos van a aportar una sonrisa al recordarlas. 

Así que hoy mis queridos Nómadas, toca Recordar el Recuerdo... Espero que el vuestro sea bonito y siempre disfrutéis de él. 

El recuerdo es un gran regalo, un libro que podemos abrir por el capítulo que queramos en cualquier momento del día para volver a leer nuestra propia historia. Quedaos con todo lo bueno que nos guarda y tirad lo malo!

Feliz fin de semana a tod@s... Let´s remember!!




¿Recuerdas aquella canción que me regalaste?
Después la pusiste en una bolsa 
con el resto de mis cosas. 
Pero yo ya no la pude quitar de mi memoria 
y te veía cada vez que la escuchaba… 

¿Recuerdas los silencios,
las páginas en blanco 
y todos los colores que pintamos 
sobre el cielo gris de París? 

Intenté guardarlos bajo llave, 
pero el recuerdo abrió la puerta 
y entraba y salía cuando quería… 

¿Recuerdas nuestra forma de mirarnos,
las caricias a escondidas entre la gente
y lo felices que fuimos creyendo que funcionaría? 

Casi se me olvida cada sonrisa que coleccionamos, 
casi me cuesta recordar que como tú no había nadie
y que sentía mariposas por todas partes… 

Pero el casi es muy G R A N D E
y siempre permanece ahí… 
En cada café, en cada paseo, 
en cada risa y en cada llanto… 

Y aunque tú no lo recuerdes,
yo sí recuerdo el recuerdo... 
Aunque cada día que pasa, 
C A S I consigo olvidarlo...

viernes, 9 de mayo de 2014

Reloj de Arena



Hay veces que nos empeñamos en algo que no puede ser. Ya sea porque no nos conviene, porque no es el momento, porque no es bueno para nosotros... 

Pero por mucho que la gente nos diga que no es lo adecuado, no lo aceptamos. Nos negamos a aceptar consejos y escuchar y seguimos cegados por la idea. Porque queremos que funcione y nos negamos a ver la realidad.

En esas situaciones, mis queridos Nómadas, tiene que ser uno mismo el que al final caiga del burro. Porque muchas veces, cuanto más nos dicen, peor! Y seguimos dándole vueltas a ese tema en cuestión que no nos lleva a nada... Aunque no queramos darnos cuenta. Pero cada uno necesita su tiempo, su momento, para tomar sus propias decisiones. Y por mucho que sepamos que la gente que nos quiere nos lo dice por nuestro bien, hasta que uno mismo no lo ve, no se puede hacer nada.

Hay veces que comparo estas situaciones con los relojes de arena. Los granitos van cayendo poco a poco, como pequeños avisos, hasta que uno de los lados se llena por completo... Pero entonces, lo volteamos y tenemos la oportunidad de volver a empezar de cero.

Por eso me encantan los relojes de arena! Con ellos siempre tienes una nueva oportunidad de jugar, de salir a flote, de seguir adelante y empezar un nuevo camino. 

Aunque a veces nos veamos perdidos en un laberinto de arena, quiero que sepáis que de todo se puede salir. Hay momentos en la vida que son complicados, que nos llevan a situaciones difíciles de las cuales no vemos el fin. Pero siempre hay una nueva puerta abierta esperando el momento adecuado. 

Hay veces que me pongo a escribir sin saber que va a salir... Como esta, por ejemplo! Y cuando pienso que no tiene sentido, resulta que tiene mucho más del que yo creía! 

No os olvidéis que siempre podemos darle la vuelta al reloj!
Feliz fin de semana a tod@s!! Let´s turn around!! 





Me vi al final del laberinto 
sin saber donde empezó.
Intenté deshacer los pasos dados
pues estaba dispuesta a ordenarlos.

Sin prisa pero sin pausa
encontré señales del principio.
Aunque de mucho no sirvieron
pues mis pensamientos eran equívocos.

Un camino parecido
pero a la vez muy distinto.
Cubría de arena mis pasos
pues así era complicado encontrarlos.

Unas manos me rescataron
ilusa de mí, pensaba en vano.
Me empezaba a ahogar en el cilindro
pues no hallaba la salida en ningún lado.

Me vi reflejada en el espejo,
atravesando el puente de nuevo.
Cayendo al enorme vacío 
pues voltearon el reloj, empezando al otro lado.



lunes, 5 de mayo de 2014

La pieza del puzzle



Hay veces que sin saberlo encontramos a personas que nos hacen llegar a otras. Porque de un modo u otro tenían que estar en nuestra vida. 
Sin saber como ni por qué, acabamos conociendo a gente de una forma inesperada. Pero así funciona esto... Hay personas que están siempre en nuestro camino. Unas que solo están de paso. Y otras que aunque se unan tarde... Pueden hacer que todo tenga más sentido que nunca. 

No sé vosotros, mis queridos Nómadas, pero yo he tenido y tengo de todo. Personas que están en mi vida desde que tengo uso de razón y que siempre estarán ahí, pase el tiempo que pase o por muchos meses que no nos veamos, siempre es como si no hubiera pasado un día desde la última vez. 
Otras en cambio, que durante un tiempo están en todo momento y que de repente sin más, desaparecen tan rápido como aparecieron. 
Otras que nos encontramos en el lugar menos pensado y que son como de la familia.
También hay personas que desde el minuto uno de conocerlas, con solo una mirada no hace falta ni decir nada... Porque hay una conexión inmediata. 
Y esas personas, que dan paso a otras, y hacen que la vida sea un poco más mágica. 

Y de eso queridos amig@s, trata la historia que os dejo hoy. Para que os haga soñar despiertos y volar vuestra imaginación sin necesidad de levantar los pies del suelo.

Por las historias reales, las relaciones entrañables, y los finales que dan paso a nuevos y especiales principios.

Buenas noches y feliz semana! Let´s dream...


LA PIEZA DEL PUZZLE

Los grandes ventanales del café dejaban entrar los rayos de sol a cualquier hora del día. 
Era un lugar precioso, de esos con mucho encanto, acogedor. Cuando Sofía iba allí el tiempo se le pasaba sin darse cuenta.
Ella solía ir a la hora del almuerzo. Trabajaba en una tienda de libros pequeñita que estaba muy cerca y le gustaba ir allí porque le parecía un lugar mágico.


Tenía una bonita terraza que daba al mercado de la iglesia y dentro, desde la primera planta se podía ver un maravilloso jardín interior.
La música y el ambiente siempre cálidos. Y aunque era raro coincidir con la misma gente, hacía un tiempo que siempre veía a un hombrecito y el cual le había despertado su curiosidad.
Siempre seguía el mismo ritual: tomaba un café latte con algo de comer, acompañado por un libro, muchos pensamientos y su mirada azul oscura, casi siempre perdida.

Solía sentarse en la mesa del rincón pegada al ventanal, en uno de los sillones. Siempre iba solo. Ella nunca le había dicho nada, pero siempre se sentaba cerca de él. Le recordaba a su abuelo, del cual había aprendido tanto y al que echaba de menos todos los días…

Aquella semana el hombrecito no apareció y Sofía se puso en lo peor. Se arrepintió de no haberse acercado a él nunca para charlar un rato y saber un poco más de él. Una sensación de tristeza y vacío la inundaron de repente.

Cuando llegó la semana siguiente y se acercó a comer al café, no pudo sentirse más feliz! El
hombrecito estaba en su sitio de siempre. Sin pensarlo, se dirigió hacia donde él estaba preguntando si podía sentarse.

El hombrecito, que se llamaba Álvaro, sonrió e hizo un gesto con su mano para que Sofía se sentara. 

- Pensaba que le había pasado algo, como no vino ningún día la semana pasada…- dijo Sofía, como si ya hubieran hablado miles de veces.

- Vaya… Veo que no se le escapa detalle.- tomó aire, la miró y continuó hablando- Fui a pasar la semana con mi hijo, a la casa de la playa. Pero sabe qué? Pensé en usted jovencita. Se parece tanto a ella…

Alvaro dejo las palabras como colgando de un hilo… Y su mirada volvió a perderse en algún lugar lejos de allí.
Sofía no decía nada. Lo miraba y escuchaba fascinada. Era extraña esa sensación de comodidad y tranquilidad con alguien con quien no había hablado nunca. 

- Pues también me recuerda a alguien. Y de hecho creo que por eso me siento tan tranquila hablando con usted. Como si no fuese la primera vez que nos sentamos a hablar.- Dijo Sofía por fin.

- Ultimamente se me va un poco la cabeza. Tengo lagunas o algo así… Los recuerdos vienen y van. Pero usted hace que me acuerde de cosas.- Respondió Álvaro con la mirada todavía en otro sitio.

-Creo que es lo mas bonito que me han dicho nunca…- dijo Sofía con las mejillas rojas. 

Alvaro la miró con cara de asombro. No podía creer que a aquella chica con ese encanto tan especial no le dijesen cosas bonitas. 

-Sabe qué es lo que yo creo? Que todos tenemos un puzzle por completar en nuestra vida, y que si no nos hubiéramos encontrado, el mío habría quedado incompleto - continuó Sofía llena de ilusión -

Y así empezaron a verse todos los días en el café. La joven y el hombrecito crearon un vínculo muy especial, que poco a poco crecía más y más. 

Álvaro le contaba lo enamorado que estuvo de su mujer. Lo única y maravillosa que era. Lo mal que lo pasó cuando la perdió... Sofía se sinceraba con él diciéndole lo perdida que se sentía y la mala suerte que tenía en el amor… 
Pasaba el tiempo y sus cafés y confesiones se habían convertido en uno de los momentos más esperados del día. La extraña pareja se sentía muy feliz de haberse encontrado en el camino y siempre daban gracias por haber tenido tanta suerte.

Aquella mañana Sofía se sentía rara y no sabía por qué. Fue medio corriendo al café, como ansiosa. Cuando llegó allí había una chica en el sillón que siempre ocupaba Álvaro.

Sofía se quedó paralizada y recorrió todo el lugar con la mirada esperando encontrarlo. La chica entonces se acercó a ella. 

- Sofía? - dijo con la voz temblorosa. 

- Si, soy yo. Qué pasa? Dónde está Álvaro? - preguntó ella con un huevo en la garganta, casi tragándose sus lágrimas. 

La otra chica la abrazó sin decir nada y llorando sin parar. Dos personas desconocidas, pero con tanto en común y tan unidas en ese momento.

Salieron de allí después de pasar mucho rato hablando. Lucía le contó que su abuelo, Álvaro, había fallecido aquel fin de semana. Que llevaba mucho tiempo hablándole de ella. De lo especial que era, de la magia que tenía, de su halo brillante que hacía que todo fuese diferente. De lo mucho que le recordaba a su abuela...

Le había dejado una colección de libros con mucho valor para él, porque sabía que ella la sabría cuidar y darle buen uso. 

- Tenía muchas ganas de conocerte. Sentía mucha curiosidad por saber quién era la persona que estaba manteniendo vivo a mi abuelo. Y la verdad, no me sorprende.
Gracias por haber hecho que su última etapa del camino haya sido tan emocionante para él - dijo Lucía.

- Soy yo la que tiene que agradecer… Tu abuelo era un hombre maravilloso y ha hecho que cada día para mí tenga sentido.- respondió Sofía con un nudo en la garganta.

Las chicas intercambiaron sus números y empezaron a quedar cada día. Seguían quedando en el café donde Álvaro y Sofía se conocieron. A veces, creían poder escuchar su risa tras las paredes del lugar. Y es que aquel sitio, era realmente mágico. Sofía empezó a pesar que tenía la virtud de poder guardar la esencia de cada persona… y que por eso se sentía tanta paz allí.

Hablaban de Álvaro, de la vitalidad que puso para todo hasta el final. Lucía le contaba lo bonita que fue su infancia a su lado. Sofía le confesaba secretos que él le había dicho solo a ella… Coincidían en la suerte que tenían de haberse encontrado, a pesar de haber perdido al abuelo Álvaro. De lo caprichosa que es la vida y de los regalos que va dejando en el camino de cada uno en forma de personas... Y así, creció una amistad con uno de esos hilos conectores que son irrompibles. 

Viajes, libros compartidos, fiestas, largos cafés, tardes en museos, paseos sin fin… Ahora más que nunca, sabían que todo pasa por algo. Y que si en aquel momento, Sofía y el abuelo Álvaro se encontraron, dándole un sentido diferente a todo, ahora todo tenía más sentido que nunca.

En silencio, cada noche, Sofía miraba a las estrellas, porque sabía que su querido Álvaro estaba allí. Y le daba las gracias por haberle regalado esa maravillosa amistad, tan real y tan auténtica.

Esa pieza del puzzle de su vida que tanto necesitaba para sentirse completa.