viernes, 23 de mayo de 2014

El olor del melocotón en invierno



Hay veces que me pongo a escribir y tengo la idea de lo que voy a escribir muy clara. 

Otras en cambio, puedo empezar una historia o una poesía y no saber como voy a enfocarla. Solo sigo escribiendo según me van viniendo a la cabeza diferentes formas de continuar...

Esta semana empecé un relato que más o menos sabía por dónde quería llevarlo.

Por falta de tiempo durante la semana, no he podido terminarlo hasta hoy, que me he puesto y hasta que no lo he acabado no he parado... Hasta se me ha olvidado comer... jajajaja!
Bueno, pues al final, se ha desarrollado de una forma distinta a la que yo pensaba! 

Hay veces, mis queridos Nómadas, que son las propias historias y sus personajes los que mi sorprenden a mí. Son ellos los que me van guiando a la vez que escribo y yo me dejo llevar por ellos.

Como siempre digo, la imaginación es muyyy grande! Mucho más de lo que nosotros mismos creemos!

Hoy, tengo poco más que decir.
Solo que entréis, os pongáis cómodos y leáis disfrutando del aroma que hay en cada letra...

También me gustaría daros las gracias a todos por estar ahí, leyendo al otro lado.  
Cada día somos más Nómadas en la Noche en todo el mundo y yo no puedo estar más contenta! 

Os deseo una feliz noche de viernes y un bonito fin de semana a tod@s!!

Y como siempre... Let´s Dream ;))


EL OLOR DEL MELOCOTÓN EN INVIERNO

Cuando Altea abrió la tienda aquella mañana de octubre, no sabía lo importante que se convertiría ese día para ella. 
Tenía una de esas tiendas encantadoras en las que había un poco de todo. Libros, accesorios, pequeños detalles decorativos y siempre algo de beber y de comer hecho por ella. 
Le encantaba cocinar.

Montó la tienda con su amiga Marcia. Era brasileña y se habían conocido en Londres. Vivió allí tres años, en los que disfrutó de una experiencia única e inolvidable. 
Altea le propuso a Marcia trasladarse a Madrid. Ella tenía un pequeño local cerca de la plaza de Santa Ana de una herencia familiar. Después de hablarlo y barajar diferentes posibilidades, decidieron probar suerte. 

Las dos estaban de acuerdo con la idea y muy contentas e ilusionadas con este nuevo proyecto. 

Se fueron a España un 17 de junio. Se quedaron en casa de una amiga de Marcia que llevaba allí muchos años. Vivía en un bonito ático en Argüelles. No era muy grande, pero más que suficiente para las tres.

Pasaron el mes de julio entre preparativos y nervios. La inauguración fue todo un éxito. Llena de amigos, conocidos, algunos familiares y mucha gente que sentía curiosidad por ver que secretos guardaba “El olor del Melocotón”. 

A Altea le encantaban los melocotones. En casa de su abuela siempre había una cesta llena y toda la casa olía dulce y suave… Lo que más le gustaba era que hasta en invierno permanecía el aroma en la casa, le parecía mágico. Solo tenía buenos recuerdos de aquellos días. 

Así que siguió la tradición, también en parte para tener un poco de su abuela siempre con ella, y en la tienda siempre había una cesta con melocotones.

Las calles vestían en tonos verdes y ocres, las hojas de los árboles adornaban los paseos y empezaba a oler a castañas asadas en cada rincón.
Los días eran frescos, pero la ciudad seguía tan bonita como siempre.

Habían pasado un par de meses desde la inauguración. Marcia estaba en Brasil, después de cuatro años sin ir, fue a pasar un mes allí para poder disfrutar de los suyos y del buen tiempo.

Altea abrió la tienda aquella mañana como todas las demás. Cuando entraba, aspiraba siempre fuerte, el dulce olor la transportaba lejos de allí… A su infancia, a los abrazos de su abuela, a tantos juegos y tantas risas...

Escucha Jamie Cullum, le encantaba y le parecía perfecto para aquellos días.
Cuando él entró sonaba “What a difference a day made” aunque Altea no le dio mucha importancia. 
Era alto, de pelo castaño alborotado y sonrisa tímida. Echó un vistazo en la tienda sin decir mucho, casi no hablaba español y se sintió mejor cuando Altea le habló en inglés. 

Davet era de Róterdam, músico, y estaba recorriendo Europa en tren. “Muy de película”, pensó Altea en voz alta, él se quedó mirándola sin entender y ella decidió no dar explicaciones. 

Entonces surgió la diferencia que hace que un día sea diferente. Davet le dijo que le encantaba Cullum, y que se había sorprendido al escucharlo. Altea le dijo que lo descubrió en su estancia en Londres, y así, empezaron a hablar.

Él venía de Sevilla, pasaría tres días en Madrid y después se iría a Barcelona y de allí, a Francia.
Compró un par de cosas y cogió un melocotón… Davet quedó maravillado con la tienda y con Altea. Pero todo quedó en el aire…

Durante el día ella pensó en él… En su encantadora sonrisa tímida, en su eclipsante mirada, en su forma de hablar… Tenía que haberle pedido su e-mail o algo así. 

Pero lo que marca la diferencia entre un día y otro, son las cosas bonitas. Y cuando llegó a la tienda por la tarde para abrir, allí estaba él, apoyado en la pared mirando al cielo.
Sintió miles de corrientes sacudiéndola por dentro, un escalofrío recorrió su cuerpo y, sin darse cuenta, una gran sonrisa le iluminó la cara. 

Quedaron para verse cuando ella terminase. Altea pasó la tarde como en una montaña rusa. Le gustaba tanto aquella sensación… Parecía que tuviera 20 años, en vez de 30… 

Sobre las 20:30 él estaba allí. A ella le encantó quedar como se solía quedar hace muchos años… O no tantos, pero parecía que hacía una eternidad! Sin móviles, ni miles de llamadas y mensajes de whatsapp de por medio. Solo dando hora y lugar. Algo que se había convertido en inusual y a la vez mágico. 

La vida era mucho más sencilla que en lo que la habíamos convertido.

Pasaron toda la noche callejeando, disfrutando de largas conversaciones, de risas, buena comida y brindando por el “aquí y ahora”
Davet se alojaba en un Bed&Breakfast que había por Atocha. Y se despidieron así, despacio… como empezaban a caer las hojas de los árboles en aquellos días.

Y resultó que después de una noche sin poder dormir y viendo estrellas por todas partes, los días diferentes aún no habían terminado. 

Por la mañana, después de dormir poco y soñar mucho, se fue flotando en una nube a la tienda. Y después de estar deseando durante cada minuto hasta la hora de comer que apareciera por allí, la realidad superó todos sus sueños. 


Davet estaba esperándola en la puerta con una mochila en la mano y su guitarra colgando del hombro. Altea se quedó ojiplática. ¿De verdad aquel chico podía ser tan alucinante y haberse cruzado en su camino?

Se fueron al Retiro… Disfrutaron de un fabuloso pic-nic que él había preparado entre música y silencios. Hablaron con la mirada y se expresaron con gestos y caricias disimuladas. 
Esas cosas, esos detalles casi inapreciables, que hacen que cada comienzo sea único y especial.

“Pero todo sueño tiene su final…”, pensó Altea cuando Davet se fue.
Fueron unos días inolvidables, pero él siguió su viaje y ella tenía que quedarse en la ciudad.
Altea no podía creer que algo tan bonito, tan especial, tan suyo, hubiera quedado solo en eso. En un cuento mágico a medio contar. 

Se dieron los e-mail. Él le pidió que lo acompañase. Sintieron una pena eterna por tener que separarse. Se echaban de menos aún estando juntos, sin ni siquiera conocerse. Pero así es la vida y el amor, no deja de sorprender ni un solo día. 

Altea no dejaba de pensar en él. Se preguntaba si sería mutuo y sentía que tenía que serlo. Porque algo tan intenso y tan real no pasa por casualidad. Quería creer en ellos, quería creer que de verdad el destino existe y que sus caminos se habían cruzado por algo más que una simple casualidad. 

Los siguientes días ella lo pasó fatal. No se habían escrito, no sabía nada de él, no podía quitárselo de la cabeza… Marcia había llegado y no daba crédito a todo lo que su amiga le contaba. Pasaron las horas entre emociones a flor de piel, confesiones hasta el amanecer, consejos y especulaciones. 

Después de pensarlo y sin terminar de verlo claro, porque le parecía una auténtica locura, Altea decidió ir a Francia. Sabía que pasaría unos días en Barcelona, después iría a Marsella y, por último, a París. Así que compró un billete de tren a Marsella y, con un poco de suerte, podría encontrarlo allí. 

Él viajaba en tren, por lo tanto así tendrían más posibilidades de verse. A ella también le encantaba viajar en tren. Tan bonito y romántico, en el que podías ver atardeceres mágicos, diferentes lugares, paisajes bajo la lluvia... La hacía volar sin levantarla del suelo.

Cuando llegó a Barcelona tenía que cambiar de tren para ir a Marsella y esperar un par de horas. Se había quedado sin batería y cuando consiguió encender el móvil Marcia la había llamado mil veces.

Habían llegado a su casa un billete de tren para París con una dirección de hotel y una carta de Davet. Altea estaba en shock y llena de felicidad por dentro… No podía creérselo!!

Sabía que él sentía lo mismo que ella, sabía que habían vivido algo especial y, sobre todo, sabía que era mutuo!

Marcia le explicó todo: Davet la citaba para dentro de dos días en un hotel de Montmartre, en la carta le decía que no había dejado de pensar en ella y que por favor quería que se encontrasen en París. 

Altea se fue recomponiendo poco a poco. Cambió el billete de tren, comió algo, intentó relajarse todo lo que pudo y se dispuso a continuar su viaje, ahora sabiendo que ese chico tan especial estaría esperándola en París.

Disfrutó el viaje en tren todo lo que pudo… Dibujando los paisajes que veía a su paso, admirando cada rincón de la Provenza Francesa, observando la estación de cada pueblo que pasaba. No creía que estuviera viviendo algo así.

Ella. Con su mala suerte, con sus amores fallidos, con sus ganas de creer que algo como eso era posible pero cada vez con menos esperanzas… Pero sí. Puede que fueses cierto aquello que escuchó una vez, eso de que todas las personas viven a lo largo de su vida una historia de película. Desde luego, sabía que aquella era la suya. 

Llegó a la Gare du Nord, no podía creer que estaba allí. Montmartre no quedaba muy lejos en metro, tenía la parada en la que tenía que bajar y el nombre del hotel, que estaba justo al lado. Davet no había llegado, pero en el hotel no le pusieron ninguna pega y pudo coger la habitación sin problemas. 

Era tan mágico todo aquello. Un hotel pequeño pero encantador. Donde muchísimos años atrás fue el hogar de miles de artistas y escritores. En las paredes había pinturas al fresco y desde la ventana se veía todo París. 

Pero lo que más le gustó, fue que encima de una mesita redonda de madera pintada de verde con dos sillas a juego a los lados, había una cesta llena de melocotones y una nota en la que ponía: El olor del melocotón en invierno…

Altea se emocionó. No podía dejar de llorar de felicidad.

Allí, en aquella habitación en el barrio de los pintores y artistas de París. Donde tantas historias de amor se habrían escrito. Y donde se reuniría con el chico más especial que había conocido nunca. Y sí, sabía que era una locura. Pero también sabía que era real y auténtico.

Recordaba cuando Davet apareció en la habitación en sombras difuminadas.
El abrazo que se dieron, los besos infinitos, las caricias eternas…
Los días en París inolvidables. Cada rincón de su cuerpo. La pared escondida de los “Te quiero”, y tantos lugares para el recuerdo…

Después de ese, vinieron muchos más viajes en tren. Pero ya siempre juntos, compartiendo esas imágenes de postal que quedaban guardadas tras sus retinas y que almacenaban en cada una de sus escapadas…

Y en ningún lugar del mundo que visitaron faltó nunca una cesta llena de melocotones… 
Ya fuese verano… O invierno.







3 comentarios:

  1. ¡Tantos recuerdos! Viajar es la mejor manera de encontrarse a uno mismo :)
    Geeeenial relato!!

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  2. Que gran verdad! :)) Como a veces digo... El mejor libro es el recuerdo de uno mismo! Muchas gracias... Cuanto me alegra que te guste! ^^

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  3. Historia y aroma q me hacen soñar , cojer una cesta de melocotones y ... Me voy a París !!! Jejeje ;)
    Gracias , bonito relato.

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