lunes, 14 de julio de 2014

Castillos de arena I

Hay veces que se me ocurren finales, otras principios, otras títulos, otras un personaje, otras varios a la vez... Y me pongo como loca a escribir intentando ordenar cada una de las ideas que pasan por mi cabeza. 

Los días en casa están siendo maravillosos. Llenos de amor, familia, mar y relax... Justo todos los ingredientes que necesitaba! :))

Ya han pasado dos semanas y no he parado de hacer cosas bonitas y llenas de magia, viviendo aventuras repletas de risas: conciertos en castillos, playas que son paraísos, reuniones familiares cargadas de cariño...

Entro todo ello, saco tiempo para escribir, porque son muchas las historias que pasean por mi imaginación y tienen ganas de salir fuera, para que vosotros les deis vida. 

Esta semana, y a diferencia de todas las demás, os voy a dejar la primera parte de una historia llena de magia. No sé si os gustará la idea. Yo lo hago con mucha ilusión, para que vosotros también dejéis volar vuestra imaginación pensando cuál será el final! Por supuesto, estaré encantada de leer vuestras opiniones y sugerencias... Porque está época del año invita a imaginar sin límites! 

Los lunes, al contrario que la mayoría, siempre me han gustado! Porque los principios, me encantan. 

Así que, mis queridos Nómadas, espero que con este relato, vuestro comienzo de semana sea más llevadero y paséis siete días geniales, llenos de amor, sonrisas y sabor a verano! 

Feliz lunes y a disfrutar amig@s... Let´s imagine!! :))


CASTILLOS DE ARENA
(Primera Parte)

Ángela se encontraba en esa etapa rara de la vida en la que no perteneces ni a un mundo ni a otro. Esa edad cuando bailas entre dos aguas. Cuando te pintas los labios de rojo pero sigues jugando con muñecas. Cuando empiezas a mirarte al espejo porque quieres gustar y estar guapa pero sales al balcón de tu casa por la noche a contar estrellas mientras escribes en tu diario. Cuando empiezas a ir con tus amigas al cine pero te apetece seguir montándote en columpios.

Así que no le hizo gracia cuando tuvo que irse a la casa de la playa aquella semana de febrero con su familia. Por aquel entonces no era capaz de apreciar la belleza de un día de invierno junto al mar. ¿Qué haría durante una semana entera en la playa en pleno invierno? 

Sus abuelos tenían una casa en Oliva y sus padres decidieron pasar allí unos días a desconectar de la rutina de la ciudad. 
A ella le gustaba ir en verano, cuando todo tenía vida. Pero ahora mismo aquello más que vacaciones, lo consideraba un castigo. 

Llegaron a la casa, que mantenía ese olor a madera vieja, a mar y a bronceador. 
Sus padres y su hermana se pusieron a organizar y limpiar todo, Ángela ayudaba desganada y a regañadientes.

Los días pasaban despacio para Ángela, a ratos leía, a ratos jugaba con la tablet de su madre, a ratos veía la tele… Y así avanzaba la semana cuando una mañana que estaban desayunando en una cafetería en el paseo de la playa, Ángela pidió permiso a su madre para ir a dar un paseo, pero ella sola. 

Le apetecía estar con un rato a su aire y ya que sus padres estaban allí, no vio motivo para que le dijeran que no. Después de pensarlo un poco y, aunque su madre no estaba convencida, la dejaron con la condición de que no se alejara de donde ellos estaban.

Era uno de esos días de febrero en los que hacía frío pero brillaba el sol. Ángela se volvió comprobando que sus padres ya no estaban tan pendientes de ella y aprovechó la ocasión para quedarse descalza. La arena estaba fría. Le gustó esa sensación y, por primera vez durante la semana, se preguntó por qué nunca antes habían ido a la playa en invierno.

Comenzó a pasear hundiendo los pies en cada paso que daba, casi arrastrándolos. Levantó la cabeza y respiró hondo y fuerte. Se acercó a la orilla sintiendo la arena cada vez más fría y húmeda. Miró al horizonte, allí donde el mar se juntaba con el cielo y se imaginó metiéndose al agua, empezando a nadar hasta llegar a rozar las nubes. 

En ese momento escuchó algo y miró hacia un lado. Vio a un chico, no se había dado cuenta de que estaba ahí. Conforme avanzaba se dio cuenta que estaba terminando de hacer un precioso y gran castillo de arena. Aceleró el paso y se quedó a escasos metros de él. 

Miró con admiración aquella magnífica obra de arte. Era un castillo de arena precioso, como nunca antes había visto. 

- Es muy bonito - dijo Ángela con un poco de vergüenza. 
El chico sonrió y siguió concentrado terminando de hacerlo. 

- ¿Vienes mucho a hacer castillos de arena? - preguntó Ángela, con la esperanza de obtener respuesta. 

- Vengo cada semana. De pequeño, mis padres no me traían nunca a la playa, y nunca supe lo que era hacer un castillo de arena. Me hacía tanta ilusión aprender que, en cuanto pude, me vine cerca del mar a vivir, y ahora hago castillos cada semana. Nunca se es demasiado mayor para ser un niño.- y volvió a sonreír terminado de dar forma a las torres del precioso monumento. 

Ángela solo pudo responder con un “guauuu” y se quedó embobada durante unos segundos contemplando al chico y su precioso castillo.

La jovencita salió corriendo, dejando salir a la niña que aun era, para que sus padres y su hermana también pudieran ver el increíble castillo de arena. 

Llegó medio ahogada y diciendo todo tan rápido que sus padres no conseguían entender nada de lo que decía. 
Cuando recuperó el aliento y pudo explicarles lo maravilloso que era lo que había encontrado, decidieron ir todos para poder verlo. Ángela saltaba y jugaba con su hermana por la arena, avanzaban corriendo y dando vueltas. Ahora creyendo que eran las princesas del castillo y que su príncipe las esperaba allí para el gran baile.

Seguían andando y la niña no veía el castillo por ninguna parte… “Estoy segura de que estaba aquí” pensó, sin decirlo en voz alta. Sus padres le preguntaron hasta dónde había llegado. Ángela miraba a un lado y otro sin entender nada. Estaba segura que no estaba tan lejos.

Una mezcla de tristeza, rabia, enfado y desilusión la recorrieron por dentro, desembocando en el lagrimal de sus ojos… No pudo contener el llanto. No entendía qué había pasado. Era imposible que el chico hubiera destrozado el castillo y desaparecido en tan poco tiempo.

Ángela no se resignaba a pensar que el chico y su castillo no existieran. Seguía mirando ansiosa a un lado y a otro buscándolos sin encontrar nada.
¿Qué habría pasado con el chico de pocas palabras y su mágico castillo?

Continuará...

2 comentarios:

  1. Precioso relato Lady, es un placer leerte.
    He estado perdida 4 días en la bella Londres una maravilla de experiencia y de ciudad.

    Besos.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias Rita!
    Ooohhhh... mi querido Londres! Seguro que lo has pasado en grande! ;))

    Besos y feliz lunes!

    ResponderEliminar