Hay veces que, como ya sabéis, me gustaría visitar lugares o hacer viajes que, bien por no tener suficiente tiempo, dinero o disposición, hay que dejarlos en un segundo lugar hasta que sea posible realizarlos.
Pero como también sabéis, mis queridos Nómadas, cuando yo no puedo hacerlo son los personajes de mis historias los que hacen todos esos viajes que pasan por mi imaginación. Como los del relato que os dejo hoy en Nómadas en la noche.
Hay algo que llevo mucho tiempo queriendo hacer desde hace muchos años... Al final, por unas cosas o por otras, aun no he podido organizarlo y llevarlo a cabo. Pero estoy segura que no tardaré mucho más en hacerlo realidad. Esto es el camino de Santiago.
Escribir y leer nos permite viajar a ciudades en las que no hemos estado e imaginar miles de entornos que no hemos visto... Y desde mi punto de vista, ese es algo mágico e incomparable con nada. Poder cerrar los ojos estando tumbados en nuestra cama e imaginarnos paseando, tomando café o sentados en un entorno que no podemos tocar pero sí vivirlo de esa manera tan especial es precioso...
Así que espero que el relato de hoy os haga viajar con los ojos cerrados y desde vuestro lugar favorito para leer y disfrutéis la historia que hoy quería compartir con vosotros.
Gracias siempre por estar al otro lado. Espero que hayáis tenido un genial lunes y que vuestra semana sea por lo menos, la mitad de bonita que va a ser la mía... Ya que sé que va a ser inolvidable :))
Feliz noche... No olvidéis coser vuestros sueños despiertos para que no se escapen mientras dormís... Let´s dream!!
UN ALTO EN EL CAMINO
Aquella mañana era como otra cualquiera, nada nuevo. Tener todo listo y ordenado desde temprano para cuando empezasen a llegar visitantes no faltase nada. Le encantaba el olor de aquella casa... Mmmm. Le traía tantos recuerdos que con solo cerrar los ojos podía viajar en el tiempo y (re)vivir momentos ya pasados. Aunque no entrase en sus planes, le gustaba estar allí.
Habían pasado seis meses desde la muerte de su padre. Fue entonces cuando volvió a su pueblo. En aquel momento no sabía que hacer. Demasiado tiempo fuera. Muchas preguntas sin respuesta. Todo de repente. Ni siquiera había terminado de asimilar nada... Muchas tardes aún le parecía escuchar el sonido de sus llaves al abrir la puerta de casa y oler su peculiar aroma de café mezclado con tabaco. Podría identificar ese olor en cualquier parte… Y sin embargo ahora era como una sombra a su alrededor. Se le cayó una taza y volvió a la realidad.
Su madre no se había levantado todavía, andaba algo despistada. Por eso quiso quedarse allí un tiempo. Les vendría bien a las dos pasar juntas una temporada. Así que se le ocurrió la idea de montar un área de descanso en el camino. Vivían en una palloza, esas casas siempre habían llamado la atención de los caminantes. Además, la suya estaba en muy buen estado, a su padre le gustaba cuidarlo todo mucho. Y había espacio de sobra como para habilitar una sala de estar confortable, ya que tenían un adosado al lado de la vivienda. Siempre le hizo gracia vivir allí, le parecía un lugar sacado de un cuento y su padre le contaba miles de historias que la dejaban hipnotizada. A su madre le pareció bien la idea cuando ella se lo dijo, en parte para que no se volviera a ir. La pobre no tenía ilusiones para seguir en estos momentos. Lo echaba tanto de menos… Ya no quería estar sola el tiempo que le quedara por vivir. Ella nunca quiso que su hija se fuera…
Colgó el tablón de madera al lado de la puerta en el que se leía en letras mayúsculas:
"UN ALTO EN EL CAMINO"
Estaba amaneciendo, le gustaba ese momento del día en que se despedía de la noche... Un halo de niebla lo cubría todo, aquella estampa era para enmarcar, cuando todo estaba dormido y tapado por la niebla. Poco a poco se iba despertando a la vez que la niebla desaparecía dando paso a un despejado día de verano. Era maravilloso. Todo verde. El aire limpio. Todo como antes. Todo como siempre. Le encantaba estar allí, era un lugar pequeño pero mágico. Y además muy concurrido, ya que el camino pasaba por allí. Exactamente el primer pueblo en territorio gallego de la última etapa del camino de Santiago.
Echaba de menos París y sus calles. Su aroma, su entorno... Pasear por las zonas tranquilas y menos transitadas. Observar la Torre Eiffel como otra turista más. Perderse en los museos y disfrutar de cada rincón especial y único... Sus años allí habían sido de los mejores de su vida. Aprendió a valorar todo de diferente manera, a sobrevivir en un país diferente, con otro idioma, distintas costumbres y eso había hecho que creciera mucho en todos los sentidos.
Entraron algunas personas y fue para ver lo que necesitaban. Puso los ojos como platos cuando lo vio allí. No se lo podía creer. Había pasado mucho tiempo… Demasiado. Lo conoció durante su primer año en París. Una mañana mientras desayunaba en uno de sus cafés favoritos, (esos maravillosos croissant la volvían loca) él se sentó cerca de ella, llevaba un bonita libreta y un montón de libros a cuestas, y así sin más, le hizo sonreír. Sus miradas se cruzaron, como se cruzan dos aviones en el cielo, en un fugaz suspiro. Empezaron a hablar, quizá por casualidad, quizá por destino, quizá porque sí.
Nunca había conocido a nadie tan interesante como él…
Y así, sin más, se convirtió en alguien imprescindible en su vida. Podía compartir cualquier cosa a su lado. Para ella fue su ángel de la guarda, la ayudó en todo. Pero al cabo de un año él tuvo que irse de París. Era profesor y le habían concedido una plaza para trabajar en EEUU. Le dio mucha pena tener que despedirse de él. Al final, perdieron la pista el uno del otro, aunque siempre pensó que se quedaron muchas cosas pendientes entre ellos.
Fue corriendo hacia él... Esa sensación de abrazarlo y pensar que tenía el mundo a sus pies. Que el tiempo se había detenido y que la felicidad podía volar sobre ellos. Nunca había conocido a nadie tan valiente y con tantas ganas de superarse cada día. Cuando era pequeño, él tuvo un accidente y, desde entonces, iba en silla de ruedas. Pero eso no hizo que se detuviera en nada. Más bien todo lo contrario. Sus ganas por vivir y su afán de superación habían conseguido todos sus propósitos se hiciesen realidad.
Estaba haciendo el camino con unos amigos. Ya les quedaba muy poco para terminar. No podía ser que estuviera allí. Volver a encontrarse con él, en su casa, después de tanto tiempo y justo en ese momento. Sin lugar a duda, un halo de magia envolvía aquel lugar. Siempre había pensado que nada pasa por casualidad, que todo pasa por algún motivo. Que la vida nos pone y nos quita personas del camino porque está escrito en algún sitio. Porque aunque nos duela, tiene que ser así. En un momento complicado de su vida, él había estado ahí apoyándola en todo. Y ahora, con su vuelta al pueblo, con la reciente pérdida de su padre, de repente volvía a estar ahí.
Hablaron durante horas... Recordando, poniéndose al día, contando aventuras y desventuras también. Riendo, llorando, emocionándose con solo mirarse a los ojos. Fue como si el tiempo no hubiese pasado nunca y ellos fuesen los de siempre. Esa relación tan especial y esos sentimientos volvieron a aflorar allí, después de tanto vivido.
Ella no dejaba de sonreír, su eterna sonrisa que ya nunca volvió a perder, porque se dio cuenta que tarde o temprano, siempre hay cosas buenas guardadas para cada uno de nosotros en el lugar más inesperado.
Él, terminó el Camino de Santiago. Ella, le acompañó todo el tiempo que pudo. Pensó que aquello, sin ser razonable, tenía a la vez todo el sentido del mundo. Quizá la vida le había hecho pasar uno de los momentos más difíciles de su vida al tener que volver a su pueblo en aquellas circunstancias. Pero aquel alto en el camino, le hizo el mejor regalo que podría haber recibido nunca...Después de aquel camino, vinieron muchísimos más. Con altos, sin prisas, disfrutando, viviendo... Pero siempre, juntos.
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