Siempre lo he relacionado con volver a empezar, y pienso que septiembre es un poco el enero cálido. Tengo muy buenos recuerdos de este mes, ya que trae nuevas ilusiones, reencuentros, comienzos, repasar aventuras vividas durante los meses estivales, cambiar de una estación a otra... Por eso y mucho más siempre lo consideraré un mes muy bonito y especial.
Además, este año, septiembre ha vuelto a ser un momento de cambios y nuevas emociones para mí.
Como ya os decía hace un par de meses, di por finalizada mi aventura londinense después de dos años. Por supuesto, tenía nuevos planes en mente... Y ahora esos planes han dado comienzo! Desde hoy, mis pasos nómadas se quedan en la capital de mi país, en mi Madrid bonito, una ciudad que enamora a todo el que la visita. Así que os iré contando cositas cada semana, como de costumbre.
Durante mis últimas semanas en Londres, Jose y yo intentamos exprimir al máximo cada instante... En uno de esos días en los que visitábamos algunos de los rincones de la ciudad, Jose escribió un cuento muy bonito... Él escribe muy pero que muy bien, y ya en su día le dije que tenía que dejarme publicar alguno de sus cuentos aquí, para compartirlo con vosotros.
Así que no se me ocurría una forma mejor de dar comienzo a este maravillo septiembre que tenemos por delante... Recordando historias de principios de verano...
Espero que os guste y lo disfrutéis mucho.
No os olvidéis de afrontar cada día con una sonrisa. Ya veréis cómo así septiembre os parece un mes mucho mejor de lo que siempre habéis pensado.
Feliz lunes
Feliz semana
Y feliz nuevo mes...
Let´s dream my friends! :))
EL LEÓN DEL BRITISH MUSEUM, por J.M. LISSEN
Este texto es un modesto homenaje a uno de los rincones más mágicos de Londres, el British Museum. Entre sarcófagos egipcios y templos griegos se encuentra la estatua de un colosal león, que reposa sobre un pedestal en el hall del edificio. El felino no es la pieza más conocida del museo, ni mucho menos. No atrae tantos flashes como la piedra Rosetta. Solo algunos turistas se fotografían con él mientras van de un lado a otro del museo.
En mi última semana en Londres decidí visitar el museo, y me senté en un banco situado
justo enfrente del león. Lo que más me llamó la atención fue su mirada triste y apagada.
No era producto del paso del tiempo, ni de un defecto en la talla de la escultura. Había
algo más. Por ello decidí ponerle historia a uno de los tesoros más bonitos que alberga
este impresionante edificio.
MIRADA DE PIEDRA
Aún recordaba el texto de aquel anuncio de prensa, breve y directo:
“Se necesitan hombres para expedición científica. Salario bajo, calor intenso, peligro constante, escasas posibilidades de regresar con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito.”
Junto al desalentador mensaje aparecía una dirección: 4, Burlington Street, Londres. El nombre del jefe de expedición era Newton, Doctor Charles Newton. En condiciones normales, aquel anuncio publicado en la última página del Times habría repelido a cualquier persona sensata que buscara ganarse la vida de forma honrada. Sin embargo, a mis 16 años, los caminos de la sensatez me parecían extraños, como siempre me recordaba mi padre. Él, por desgracia, ya no se encontraba entre nosotros. El Cólera se lo llevó hace ya un año, dejándome solo con mi madre, desesperada por encontrar un porvenir para su único hijo. Ella fue la que desplegó ante mí el periódico aquella mañana.
Ocultando la parte de “escasas posibilidades de regresar con vida” y resaltando la importancia de aquella “expedición científica”, mi madre me animó a acudir aquella misma tarde al número 4 de Burlington Street. Resultó ser el domicilio particular del propio Doctor Newton, que era una auténtica eminencia en botánica y geología. El hall de su lujosa mansión se había llenado rápidamente de un heterogéneo grupo de personas de todas las clases sociales, ansiosos de conocer más detalles sobre aquella incierta expedición. A las 4 en punto, el ayudante del Doctor Newton, cuyo nombre era Edwards, se personó en la estancia. “La expedición requiere únicamente cazadores, porteadores, científicos y exploradores. Todos aquellos que no cuenten con experiencia en alguna de estas ramas, tengan la amabilidad de marcharse lo antes posible”, esas fueron sus palabras.
Yo fui uno de los pocos que permaneció en la habitación. “Con un poco de suerte, me incluirán en el grupo de porteadores”, pensé, aunque mi experiencia en este aspecto era más bien poca. Tuve suerte. Edwards solo me preguntó dos cosas. Uno, si quería trabajar. Y dos, si sería capaz de mantener la calma en una situación de peligro. La respuesta para ambas cuestiones fue sí.
* * *
No fue hasta el día siguiente cuando conocí al Doctor Newton, que reveló al grupo de hombres el propósito de la expedición: “Señores, la ciudad de Londres albergará en los próximos años el primer parque zoológico del mundo. Se nos ha encomendado a nosotros la misión de completarlo con los más raros especímenes traídos desde el continente africano. Es allí hacia donde nos dirigimos”. Y así, sin más explicaciones, me embarqué en un viaje de varias semanas hacia lo más profundo de África.
La travesía atlántica fue larga, pero me permitió conocer mejor a mis compañeros de viaje. Mi cometido en el barco no iba más allá de limpiar la cubierta y ayudar en la cocina, cosa bastante fácil. La bodega del barco estaba llena de jaulas de todos los tamaños. El Doctor Newton esperaba almacenar en ellas mamíferos, sobre todo. Su sueño era reunir la mayor colección nunca vista de felinos, de ahí lo peligroso de la expedición, junto a lo inhóspito del terreno.
El barco atracó en un pequeño puerto africano a la altura del ecuador. Calor, humedad y cientos de millas de vegetación ante nosotros, el escondite perfecto para los extraordinarios animales que nos disponíamos a capturar. En el grupo se propagaba el miedo a lo desconocido. A medida que avanzábamos por la selva nos topábamos con especies jamás vistas que solo vivían en los cuentos populares, hasta el momento. De repente, en medio de una inmensa llanura, encontramos lo que habíamos estado buscando desesperadamente. Un grupo de leones, grandes y fuertes, como los que se pueden ver en algunas pinturas medievales.
Mis compañeros esperaban un ataque feroz por parte de los felinos, a los que esperábamos armados entre la maleza. Sin embargo, la única ferocidad de la que fui testigo vino de nuestro lado. El grupo de hombres reaccionó salvajemente, persiguiendo a aquellos nobles animales, que huían despavoridos. Todo fue crueldad en aquel lugar alejado de la civilización.
La expedición logró rodear a un único león, demasiado asustado como para rugir. Apartado de los suyos, el felino vio cómo un grupo de extraños se adueñaba de su territorio. Su única respuesta fueron unos ojos tristes, que albergaban más humanidad que la que podía hallarse en la mirada de sus captores.
Atrapado y adormecido por el efecto de una droga, el león fue trasladado a una jaula instalada en lo alto de un carro tirado por bueyes. A medida que abandonábamos la llanura, el rugido del felino se iba apagando más y más, lo que me sumió en una profunda tristeza.
El regreso a Londres fue antes de lo previsto. Aunque solo contábamos con algunas de las especies solicitadas en la bodega del barco, el Doctor Newton decidió levar anclas ante un brote de Fiebre Amarilla que parecía haberse propagado entre la tripulación. El científico se refirió a este hecho como un castigo divino ante la crueldad de la que habían hecho gala sus compañeros de expedición. La prueba de ello se reflejaba en la inmensa tristeza del león capturado, que gemía débilmente en la jaula más grande del fondo de la embarcación.
***
La llegada a Londres no trajo “honor y reconocimiento”, como rezaba el anuncio de prensa, aunque la expedición había sido todo un éxito, según los medios locales. El presidente de la Zoological Society of London, Mr. Lombard, esperó personalmente la llegada de la expedición en el muelle principal del puerto, pues quería ser el primero en vislumbrar los curiosos especímenes que el Doctor Newton había descubierto. El grupo de curiosos (entre los que se encontraba la misma tripulación) aguardaba ante las puertas de la bodega del barco, que no se habían abierto desde la noche anterior para no molestar a los animales.
Tras franquear las puertas, Mr. Lombard felicitó a Newton por la gran colección que había reunido: primates, reptiles, insectos… “y un león, señor”, dijo Newton.
“Formidable. Veámoslo”, contestó su superior. Para el asombro de la tripulación y desconcierto de la Sociedad Zoológica, lo que el grupo encontró al final de la bodega no tenía mucho que ver con lo que se había descrito. Sí, efectivamente, había un león en el fondo del barco. Sí, tenía un tamaño enorme, sin lugar a dudas. Pero sus garras, su pelaje, su cola, su rostro… todo estaba petrificado. La expedición Newton había traído a Londres un inmenso felino de piedra.
***
La prensa publicó chistes sobre la expedición de Newton durante varias semanas. El titular más celebrado fue tomado precisamente de una cita extraída de una conversación entre Newton y Lombard tras el descubrimiento del felino: “¿es que trabaja usted ahora para el British Museum, doctor Newton?”.
Aquel titular fue premonitorio. Sin poder dar otra explicación (verosímil) que la de que todo había sido una broma, el doctor Newton decidió trasladar el león al British Museum. Es más, el bueno del doctor abandonó su puesto en la Zoological Society (de la que solo recibía burlas) y se embarcó en una nueva expedición, esta vez de carácter arqueológico. Y en ese nuevo campo de investigación ocupó el resto de su vida, alcanzando nuevamente la excelencia como historiador.
Por mi parte, como miembro de la expedición Newton, decidí convencer a los que me preguntaban del buen humor del doctor, que se había topado con una escultura antigua en medio de la selva y la metió en la bodega del barco para gastar una broma a sus colegas. Pero convencer a los demás resultó más fácil que convencerme a mí mismo. Era absolutamente incapaz de asimilar lo que había presenciado.
Finalmente lo vi claro:
¿cómo reaccionaría si me arrebataran mi casa y me apartaran de mis seres queridos?
¿tendría acaso una mirada aún más triste que la de aquel felino que encontré en lo más
profundo de África?